viernes, 1 de julio de 2016

Leyendo a Gauguin a partir del Museo Thyssen Bornemisza

El cuadro de "Matua Mua" ("Érase una vez"), que se muestra en la exposición permanente del Museo Thyssen Mornemisza, es la perfecta pintura que nos invita a conocer y contar historias sobre otras pinturas de Paul Gauguin.

¿Qué actividad proponemos? La lectura de El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa. Con esta actividad, además de aprender a ver un cuadro, se pueden trabajar distintos tipos de discursos y los elementos narrativos de la obra pictórica y de la literaria.

La novela El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa es de doble interés porque intercala la actividad de la abuela de Gauguin, Flora Tristán (1803-1844), en favor de mujeres y trabajadores del siglo XIX (capítulos impares), con la actividad artística (capítulos pares) de Paul Gauguin (1844-1903).


 

I. Flora en Auxerre ………………………………………………………….…..6
II. Un demonio vigila a la niña ………………………………………………..13 
III. Bastarda y prófuga …………………………………………………………24
IV. Aguas misteriosas …………………………………………………………34 
V. La sombra de Charles Fourier  ……………………..……………………..45
VI. Annah, la Javanesa París …………………………………………………56 
VII. Noticias del Perú Roanne y Saint-Étienne, junio de 1844 ……………66
VIII. Retrato de Aline Gauguin Punaauia, mayo de 1897 ……………..….78 
IX. La travesía Avignon, julio de 1844………………………………………..89
X. Nevermore Punaauia, mayo de 1897……………………………………..100
XI. Arequipa Marsella, julio de 1844 …………………………………………111
XII. ¿Quiénes somos? Punaauia, mayo de 1898 …………………………..122 
XIII. La monja Gutiérrez Toulon, agosto de 1844 .…………………………..127
XIV. La lucha con el ángel Papeete, septiembre de 1901 ……………...…138 
XV. La batalla de Cangalla Nimes, agosto de 1844 ………………………..149
XVI. La Casa del Placer Atuona (Hiva Da), julio de 1902…………………...161
XVII. Palabras para cambiar el mundo Montpellier, agosto de 1844………173
XVIII. El vicio tardío Atuona, diciembre de 1902…………………………….. 183
XIX. La ciudad-monstruo ………………………………………………………196
XX. El hechicero de Hiva Oa Atuona, Hiva Da, marzo de 1903……………208
XXI. La última batalla Burdeos, noviembre de 1844.……………………….. 220
XXII. Caballos rosados Atuona, Hiva Da, mayo de 1903 …………………...231


De ahora en adelante, mencionaremos la obra de Mario Vargas Llosa como EPELOE.


Mata Mua (Érase una vez) 1892 
Óleo sobre lienzo 91 x 69 cm Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza Nº INV. (CTB.1984.8)



Capítulo II: "Un demonio vigila a la niña" 


Arii Matamoe (The Royal endo Pomare V), 1892.  
Óleo sobre tela gruesa.
Adquirido en 2005 por el J. Paul Getty Museum. It is “a wonderful mélange” of motifs and symbols from Tahitian, Javanese, French, Peruvian and other cultures (The New York Times).


Manao Tipapau ("Ella piensa en el espíritu del muerto" o "El espíritu del muerto la recuerda"), 1892. 
Óleo sobre lienzo. Albright-Nox Art Gallery, Buffalo, NY, USA.
Teha´amana asustada ante la imagen de "Koke" iluminada por un fósforo 
(EPELOE, pág. 35-43)

Atiti, 1892.
(EPELOE, pág. 52)


Capítulo IV: "Aguas misteriosas"


Pape Moe ("Aguas misteriosas")
 Fotografía de Charles Sptiz, exhibida en la "Exposición Universal de 1889".
(EPELOE, pp.76-100)
Pape Moe ("Aguas misteriosas" o Jotefa-Gauguin, EPELOE, pág. 88), 1893. 
Acuarela. Art Institute of Chicago, Chicago, IL, USA.
Pape Moe ("Aguas misteriosas"), 1893. 
Óleo sobre lienzo, 99 x 75.


Capítulo VI: "Annah, la Javanesa"
Aita tamari vahina Judith te parari 
("Annah, la Javanesa [o "La mujer-niña Judith, aun sin desflorar"] ), 1893. Óleo sobre lienzo. Colección privada.
Annah, la Javanesa (1880-1881) fue amante y modelo Gauguin en París, a su vuelta de Tahití. Ella lo dejó en 1894, y se llevó todos los objetos de valor del apartamento de Gauguin, excepto sus cuadros.
Más tarde fue la modelo del artista Alphonse Mucha.

Capítulo VIII: "Retrato de Aline Gauguin"


¿Dónde estaría aquel retrato que hiciste de ella, en 1888, consultando tu memoria y aquella única fotografía de tu madre que conservabas, refundida en el baúl de los cachivaches? Nunca se vendió, que supieras. ¿Lo tendría Mette, en Copenhague? Debías preguntárselo, en la próxima carta. ¿Estaría entre las telas en poder de Daniel, del buen Schuff? Les pedirías que te lo enviaran. Lo recordabas con lujo de detalles: un fondo amarillo algo verdoso, como el de los íconos rusos, color que resaltaba los hermosos y largos cabellos negros de Aline Gauguin. Le caían hasta los hombros en una curva graciosa y se los sujetaba en la nuca con una cinta violeta, dispuesta en forma de flor japonesa. Unos verdaderos cabellos de andaluza, Paul. Trabajaste mucho para que sus ojos aparecieran como los recordabas: grandes, negros, curiosos, un poco tímidos y bastante tristes. Su piel muy blanca se animaba en las mejillas con el sonrojo que asomaba en ellas cuando alguien le dirigía la palabra, o entraba en un cuarto donde había gente que no conocía. La timidez y la discreta entereza eran los rasgos saltantes de su personalidad, esa capacidad para sufrir en silencio sin protestar, ese estoicismo que indignaba tanto —ella misma te lo contaba, la abuela Flora, Madame—la—Colère. Estabas segurísimo de que tu Retrato de Aline Gauguin mostraba todo aquello y sacaba a la superficie la tragedia prolongada que fue la vida de tu madre. Tenías que averiguar su paradero y recobrarlo, Paul. Te haría compañía aquí en Punaauia y ya no te sentirías tan solo, con esas llagas abiertas en las piernas y el tobillo que los estúpidos médicos de Bretaña te dejaron lastimado.

... 
¿Habías puesto todos esos dramas mezclados con gran guiñol en el Retrato de Aline Gauguin, Paul? No estabas seguro. Querías recuperar esa tela para averiguarlo. ¿Era una obra maestra? Tal vez, sí. La mirada de tu madre en el cuadro, recordabas, despedía, desde su timidez congénita, un fuego quieto, oscuro, con visajes azulados, que traspasaba al espectador e iba a perderse en un punto indeterminado del vacío. «¿Qué miras en mi cuadro, madre?» «Mi vida, mi pobre y miserable vida, hijo mío. Y la tuya también, Paul. Yo hubiera querido que, a diferencia de lo que le ocurrió a tu abuelita, a mí, a tu pobre padre que murió en medio del mar y enterramos en ese fin del mundo, tú tuvieras otra vida. De persona normal, tranquila, segura, sin hambre, sin miedo, sin fugas, sin violencia. No pudo ser. Te legué la mala suerte, Paul. Perdóname, hijo mío.»

Retrato de Aline Gauguin. 1988 o 1890. 
Óleo sobre tabla, 41 x 33 cm. Inv. 2554. Galería Estatal de Stuttgart.



Capítulo X: "Never more". 

Durante 1896 pinta temas relacionados con la maternidad.


 1- Te arii vahine ("The King´s wife").
Te arii vahine ("La esposa del rey"), 1896.
Óleo sobre lienzo. Museo Pushkin of Bellas Artes, Moscú, Rusia.
2- No te aha oe riri? ("Why are you upset?").
No te aha oe riri? (¿Por qué estás enfadada?), 1896.
Óleo sobre lienzo. Art Institute of Chicago, Chicago, IL, USA.
3- Te Tamari No Atua ("Nativity").
Te Tamari No Atua ("Nacimiento"). 1896. Oil on canvas. Neue Pinakothek, Munich, Germany.
4- Nave Nave Mahana ("Delightful Days").
Nave Nave Mahana ("Días deliciosos")
5- Te rerioa ("The dream")
Te rerioa ("El sueño")
 Óleo sobre lienzo, 65 x 90.
La visión de un cuervo, pájaro nunca visto en Tahití, le augura un mal presagio (pp. 228-230). Había escuchado a Mallarmé recitar un poema de Edgar Alan Poe "El cuervo", y le impactó para siempre este este poema y el pájaro de mal agüero.
Retrato de Stephane Mallarmé. 1981. Carboncillo
El cuadro de Never more es aparentemente similar a Manao Tipapau (pp. 232-238) pero ahora decide no volver a pintar.
Never More, 1897.
Edgar Allan Poe (Boston, 1809 - Baltimore, 1849), poema "Nunca más":

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,

mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,


inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,


cabeceando, casi dormido,


oyóse de súbito un leve golpe,


como si suavemente tocaran,


tocaran a la puerta de mi cuarto.


“Es —dije musitando— un visitante


tocando quedo a la puerta de mi cuarto.


Eso es todo, y nada más.”




¡Ah! aquel lúcido recuerdo


de un gélido diciembre;


espectros de brasas moribundas


reflejadas en el suelo;


angustia del deseo del nuevo día;


en vano encareciendo a mis libros


dieran tregua a mi dolor.


Dolor por la pérdida de Leonora, la única,


virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.


Aquí ya sin nombre, para siempre.




Y el crujir triste, vago, escalofriante


de la seda de las cortinas rojas


llenábame de fantásticos terrores


jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,


acallando el latido de mi corazón,


vuelvo a repetir:


“Es un visitante a la puerta de mi cuarto


queriendo entrar. Algún visitante


que a deshora a mi cuarto quiere entrar.


Eso es todo, y nada más.”




Ahora, mi ánimo cobraba bríos,


y ya sin titubeos:


“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón


imploro,


mas el caso es que, adormilado


cuando vinisteis a tocar quedamente,


tan quedo vinisteis a llamar,


a llamar a la puerta de mi cuarto,


que apenas pude creer que os oía.”


Y entonces abrí de par en par la puerta:


Oscuridad, y nada más.




Escrutando hondo en aquella negrura


permanecí largo rato, atónito, temeroso,


dudando, soñando sueños que ningún mortal


se haya atrevido jamás a soñar.


Mas en el silencio insondable la quietud callaba,


y la única palabra ahí proferida


era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”


Lo pronuncié en un susurro, y el eco


lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”


Apenas esto fue, y nada más.




Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,


toda mi alma abrasándose dentro de mí,


no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.


“Ciertamente —me dije—, ciertamente


algo sucede en la reja de mi ventana.


Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,


y así penetrar pueda en el misterio.


Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,


y así penetrar pueda en el misterio.”


¡Es el viento, y nada más!




De un golpe abrí la puerta,


y con suave batir de alas, entró


un majestuoso cuervo


de los santos días idos.


Sin asomos de reverencia,


ni un instante quedo;


y con aires de gran señor o de gran dama


fue a posarse en el busto de Palas,


sobre el dintel de mi puerta.


Posado, inmóvil, y nada más.




Entonces, este pájaro de ébano


cambió mis tristes fantasías en una sonrisa


con el grave y severo decoro


del aspecto de que se revestía.


“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,


no serás un cobarde,


hórrido cuervo vetusto y amenazador.


Evadido de la ribera nocturna.


¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”


Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”




Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado


pudiera hablar tan claramente;


aunque poco significaba su respuesta.


Poco pertinente era. Pues no podemos


sino concordar en que ningún ser humano


ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro


posado sobre el dintel de su puerta,


pájaro o bestia, posado en el busto esculpido


de Palas en el dintel de su puerta


con semejante nombre: “Nunca más.”




Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.


las palabras pronunció, como virtiendo


su alma sólo en esas palabras.


Nada más dijo entonces;


no movió ni una pluma.


Y entonces yo me dije, apenas murmurando:


“Otros amigos se han ido antes;


mañana él también me dejará,


como me abandonaron mis esperanzas.”


Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”




Sobrecogido al romper el silencio


tan idóneas palabras,


“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice


es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido


de un amo infortunado a quien desastre impío


persiguió, acosó sin dar tregua


hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,


hasta que las endechas de su esperanza


llevaron sólo esa carga melancólica


de ‘Nunca, nunca más’.”




Mas el Cuervo arrancó todavía


de mis tristes fantasías una sonrisa;


acerqué un mullido asiento


frente al pájaro, el busto y la puerta;


y entonces, hundiéndome en el terciopelo,


empecé a enlazar una fantasía con otra,


pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,


lo que este torvo, desgarbado, hórrido,


flaco y ominoso pájaro de antaño


quería decir granzando: “Nunca más.”




En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,


frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,


quemaban hasta el fondo de mi pecho.


Esto y más, sentado, adivinaba,


con la cabeza reclinada


en el aterciopelado forro del cojín


acariciado por la luz de la lámpara;


en el forro de terciopelo violeta


acariciado por la luz de la lámpara


¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!




Entonces me pareció que el aire


se tornaba más denso, perfumado


por invisible incensario mecido por serafines


cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.


“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,


por estos ángeles te ha otorgado una tregua,


tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!


¡Apura, oh, apura este dulce nepente


y olvida a tu ausente Leonora!”


Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”




“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!


¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio


enviado por el Tentador, o arrojado


por la tempestad a este refugio desolado e impávido,


a esta desértica tierra encantada,


a este hogar hechizado por el horror!


Profeta, dime, en verdad te lo imploro,


¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?


¡Dime, dime, te imploro!”


Y el cuervo dijo: “Nunca más.”




“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!


¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!


¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,


ese Dios que adoramos tú y yo,


dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén


tendrá en sus brazos a una santa doncella


llamada por los ángeles Leonora,


tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen


llamada por los ángeles Leonora!”


Y el cuervo dijo: “Nunca más.”




“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida


pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.


¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.


No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira


que profirió tu espíritu!


Deja mi soledad intacta.


Abandona el busto del dintel de mi puerta.


Aparta tu pico de mi corazón


y tu figura del dintel de mi puerta.


Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”




Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.


Aún sigue posado, aún sigue posado


en el pálido busto de Palas.


en el dintel de la puerta de mi cuarto.


Y sus ojos tienen la apariencia


de los de un demonio que está soñando.


Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama


tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,


del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,


no podrá liberarse. ¡Nunca más!



Capítulo XII: "¿Quiénes somos?"

    ¿de dónde venimos?¿quiénes somos?¿a dónde vamos? 1889
    Olympia de Manet

Capítulo XIV: "La lucha con el ángel".

A través de OPELOE llegamos a un texto escrito en "... ese periodiquito mensual, humorístico y panfletario", Les guêpes (Las Avispas)", nº 25, San Francisco. Febrero, 1901 en el que participa también Paul Gauguin.

La visión después del sermón

Cuadro anterior de un amigo de Gauguin: Las bretonas en la pradera de Émile Bernard, que pudo inspirarle como tema pictórico.
Las bretonas en la pradera, de Émile Bernard.


Cristo amarillo
La estancia de Gauguin en Pont-Aven le llevó a visitar la capilla de Tremaló cuyo Cristo de madera policromada le inspiró para pintar este.
Los miserables. 1888
Gauguin metamorfoseado a Jean Valjean, protagonista de Los miserables de Víctor Hugo le inspiró para retratarse como su protagonista Jean Valjean mientras estuvo en Pont-Aven.
Autorretrato. Cerca del Gólgota.








































Bretaña bajo la nieve
Al abandonar Tahití, rumbo a las islas Marquesas, uncluye en su equipaje esta pintura.


Capítulo XVI: 
"La Casa del Placer. Atuona (Hiva Oa)"


Retrato de Vincent Van Gogh,  hecho por Paul Gauguin. 



.
Su último Autorretrato.1902


Cristo en el Huerto de los Olivos
Gauguin como Inca peruano en la comba de una jarra.
Otros autorretratos hacen referencia a obras maestras o se representa mimetizado en otros personajes o tendencias artísticas. Además, menciona otros artistas como George Seurat, que gustaba a Van Gogh, y Puvis de Chavannes, que gustaba a Paul Gauguin (EPELOE, pág. 334)


Autorretrato. 1889. 
Gauguin como un creador, genio entre el bien y el mal. Epoca de su estancia en Pont-Aven.


Autorretrato
En segundo plano: Manao Tipapau ("Ella piensa en el espíritu del muerto" o "El espíritu del muerto la recuerda"), 1892


Autorretrato


Autorretrato, al fondo su cuadro El Cristo amarillo.


Autorretrato de Gauguin con paleta.


Capítulo XVIII: "El vicio tardío, Atuona"



Olympia de Édouard Manet 

La modelo es Victorine Meuret
(EPELOE, pág. 374 y ss.) 
El bosquecillo de Viroflay 
Interior de pintor: rue Corail





El pequeño soñador: un estudio
Busto de Émil, el hijo de artista, en el Museo Metropolitano de Arte, New York.

Capítulo XX: "El hechicero de Hiva Oa. Atuona"


Menciona las siguientes obras que pinta en Copenhague y expone pero no tiene éxito:
Comentario de aspectos destacables de los capítulos XIX y XX 
Esquiadores en el helado parque de Fredereicksberge, 1884-1885 por Gauguin durante su estancia en Copenhague.
Árboles del Parque del Este, 1885, Copenhague, por Gauguin.

Primer autorretrato de Gauguin, 1885. Copenhague.


La hermana de caridad. 1903. La modelo Tohotama, la mujer del hechicero Haapuani, modelo del siguiente cuadro. Pintura mencionada también en el Cap. XXII.
El hechicero de Hiva Oa, obra que se describe e interpreta en el capítulo XX de El paraíso en la otra esquina.
El hechicero de Hiva Oa, 1903.



Capítulo XXII: "Caballos rosados Atuona, Hiva Da"
Caballos rosados

Te Nave Nave Fenua  (La hermosa tierra),  EPELOE, pág. 476

Recursos:
Registro de obras de Paul Gauguin, organización acronológica.

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